Este año el día 2 de marzo miércoles de ceniza, empezamos el camino hacia la Pascua, con una petición explícita del papa Francisco para que sea un día de oración y ayuno, para pedir a Dios la paz en Ucrania, la conversión de los violentos, de los que gobiernan las naciones y provocan el desencuentro y las guerras. Para pedir por todos los que sufren las consecuencias de la guerra, para que encuentren el ánimo, la fortaleza y la ayuda que necesitan de la comunidad internacional.
La cuaresma es el camino que nos lleva a la Pascua de Resurrección. Es un tiempo en el que se nos propone librarnos de lastres, de las ataduras que nos impiden hacer el bien. Es tiempo de despojarnos de lo que nos esclaviza para abrirnos a la liberación que nos trae Jesús con su pasión, muerte y Resurrección.
El papa Francisco en su mensaje para la cuaresma 2022, nos recuerda que la cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado y, nos invita a reflexionar sobre la exhortación de San Pablo a los Gálatas:
“No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» ”
Ga 6,9-10a
En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, para que nuestra vida este orientada a sembrar el bien y a compartir, a dar y no a poseer. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.
Personal y comunitariamente nos preguntamos: ¿Qué sembramos? ¿qué cosechamos? ¿qué frutos damos? Y en la Palabra de Dios siempre viva y actual encontramos la respuesta: “Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22)”.
La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el “fruto para la vida eterna” (Jn 4,36)
Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo. Pero el apóstol Pablo nos advierte: “Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron” (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29).
“Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”
Mt 13,43
La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la “gran esperanza” de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 3; 7). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: “No nos cansemos de hacer el bien” (Ga 6,9).